En la Grecia clásica, en los orígenes del debate sobre la democracia, se entendía que el "político" era aquel ciudadano que se interesaba por los asuntos de la polis, de la ciudad-Estado de la época. La palabra, en sí misma, tenía una connotación netamente positiva. En cambio, aquel que no se ocupaba de los asuntos de la polis -el "idiota"- era visto como alguien extraño y necio, casi asocial. De hecho, el término "idiota", como tal, acabó teniendo una connotación peyorativa, siendo utilizado como insulto.
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