Un guardia civil, tres guardias de asalto, dos policías y un exaltado: tres cuartos del siglo después de la muerte del poeta.
Con el paso de los años, las incógnitas que velaban el asesinato de Federico García Lorca han ido quedando despejadas. Las sospechas se han transformado en certezas, señalando a los autores intelectuales e inductores del crimen. Pero todavía faltaba identificar a sus autores materiales. Una reciente investigación ha completado el puzzle de la muerte del poeta, poniendo nombre, apellidos y rostro a los ejecutores de tan siniestro designio. Tirando del hilo de la pesquisa iniciada en los sesenta por el granadino Eduardo Molina Fajardo, Miguel Caballero viene contribuyendo de manera decisiva al esclarecimiento de las zonas oscuras que, setenta y cinco años después, siguen rodeando la detención y fusilamiento, una madrugada de Agosto de 1936, de Federico García Lorca. En su libro Historia de una familia. La verdad sobre el asesinato de García Lorca, escrito en colaboración con Pilar Góngora, subrayó el peso que tuvo en el trágico final del poeta la rivalidad de su familia con los otros dos grandes clanes de la Vega de Granada, en pugna por la preponderancia política y económica de la comarca. Hace pocos meses, Caballero desvelaba, asimismo, el papel clave desempeñado por Nicolás Velasco Simarro, teniente coronel de la Guardia Civil, que tras la sublevación militar se convirtió en mano derecha del gobernador civil de Granada, y que en ausencia de éste, ordenó el mismo día de su detención, el traslado de García Lorca al lugar donde sería asesinado. Ahora Caballero publica Las trece últimas horas de García Lorca, donde recompone el complejo entramado de rencores e intereses que provocaron su detención y asesinato y, sobretodo, desvela la identidad de los que formaron el pelotón de fusilamiento que acabó con su vida.
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