Durante la expansión a escala global del movimiento moderno, los valores vernáculos estuvieron presentes casi desde el principio. Bien como elemento de reacción y oposición al Estilo Internacional a cargo de Hassan Fathy en Egipto, bien como oportunidad y muestrario de soluciones técnicas y contructivas ante las dificultades económicas, culturales o climáticas, como en la obra de Ralph Erskine en Laponia, o bien como lenguaje estético, con Alvar Aalto o Jorn Utzon. Resulta pradigmático la sensibilidad hacia lo vernáculo en las obras tardías de Le Corbusier o Gropius, impulsores del más ortodoxo movimiento mordeno.
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