J. Loscertales Pueyo, B. Aguado Ortega, R. Córdoba Angulo, J. María Fernández-Rañada de la Gándara
Desde que en 1957 Thomas comenzara a realizar los primeros trasplantes alogénicos de médula ósea en humanos, se ha recorrido un largo camino (1, 2). Los avances han sido espectaculares en la selección de donantes, en los tratamientos de acondicionamiento, en la diversificación de fuentes de progenitores hemopoyéticos (PH), en la profilaxis y tratamiento de la enfermedad injerto contra huésped (EICH), así como en el manejo de infecciones.
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