La época en que los europeos podían dar forma al multilateralismo ha terminado. El G-20 ha mostrado ser una organización díscola con la UE, que se ha visto presionada para sustituir al eurocéntrico G-8 y revisar su posición en el Fondo Monetario Internacional.
El 9 de octubre, la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente francés, Nicolas Sarkozy, anunciaban que estaban trabajando en un plan para fortalecer los bancos de Europa y poner fin a la falta de confianza de los mercados financieros en la zona euro. Su meta era completarlo antes de la cumbre del G-20 en Cannes el 3-4 de noviembre. Sarkozy declaraba que los europeos deben �llegar al G-20 unidos y con los problemas resueltos�.
Los dirigentes de la zona euro han estado sometidos a la presión internacional para que se organizaran antes de acudir a Cannes. El ministro de Hacienda británico, George Osborne, había calificado la reunión del G-20 de �claro plazo tope� para el eurogrupo. Otros miembros del G-20, desde Canadá hasta Indonesia, habían manifestado públicamente su preocupación respecto a la zona euro. A Merkel y Sarkozy, la idea de poner rumbo a Cannes con las manos vacías debe de haberles parecido demasiado humillante para planteársela.
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