En la antigüedad, el viaje estaba muy presente en las sociedades del Mediterráneo y se concebía como una actividad y privilegio masculinos. Por razones militares, económicas y administrativas, sin olvidar el afán por satisfacer la curiosidad intelectual, los traslados eran frecuentes. Con la llegada del cristianismo, se impuso la peregrinación religiosa, apareciendo varones y mujeres como protagonistas de la aventura del viaje. En estas páginas se trata el caso de Egeria, la primera cristiana que escribió un relato del recorrido que hizo desde Occidente a Oriente para visitar los Lugares Santos. Su experiencia muestra hasta qué punto podían romperse los roles de género en la sociedad de la antigüedad tardía, al presentarse como una auténtica aventurera.
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