El progreso es la religión de nuestros días. Confundido con modernización o desarrollo, EE UU busca una explicación que avale la visión occidental del avance continuo de la humanidad. Pero ¿son los humanos de hoy moralmente superiores a sus ancestros? Es lógico suponer que estábamos destinados a ser lo que somos y que la existencia humana tiene un significado, propósito o conclusión inteligible. Muchos aceptaron la declaración del analista estadounidense Francis Fukuyama realizada en 1989: �Lo que podemos estar presenciando no es solo el final de la guerra fría o el transcurrir de un particular periodo de posguerra, sino el final de la historia como tal y la universalización de la democracia liberal occidental como forma final de gobierno�. Fukuyama se disculpó por esta sentencia hace tiempo, y con razón.
Muchos, sin embargo, siguen aceptando �como Fukuyama� un enfoque darwinista de la sociedad, según el cual son los acuerdos políticos más fuertes los únicos que han sobrevivido. Sostienen que el hombre prehistórico, cazador y recolector, no era la figura aislada y pacífica que imaginó Rousseau, sino que había heredado de sus supuestos antepasados antropoides una propensión a la violencia que requería la formación de grupos sociales de protección, primer paso hacia las tribus y castas guerreras, y �el núcleo más básico y duradero de organización política, un líder y sus criados�. Después de eso vinieron los señores de la guerra y, finalmente, las tribus dieron lugar a los Estados y la humanidad desarrolló a través de patrimonios dinásticos, asociaciones políticas, monarquías, religiones y grupos legales y constitucionales hasta llegar a la esfera de las disputables relaciones internacionales que es el mundo moderno (�) Gran parte, si no la mayoría, de la discusión contemporánea sobre las lejanas fuentes históricas de nuestra civilización es en realidad una manera de discusión sobre la era �moderna� y su sensibilidad moderna (�) la continua búsqueda de evidencia científica por parte de analistas políticos y expertos para apoyar sus creencias sobre el progreso humano ha sido desde la Ilustración la religión de nuestros días, o el mito.
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