El jugador tiene sus propios interrogantes existenciales a la hora de jugar. Somos probablemente la sociedad más consciente de la duplicidad de lo real y lo híperreal, actores privilegiados de experiencias reservadas a las divinidades o los héroes, y narramos a diario nuestros propios mitos y cosmogonías. Vivimos una religión fast-food sacramentalizada en nuestro botón Start.
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