En la Antigüedad, ante los logros y hechos extraordinarios de una persona, especialmente si en la época no podían tener más explicación que la intervención sobrenatural, la comunidad encontraba una rápida vía aclaratoria en la atribución a una influencia demoníaca, a una traición a Dios cuyo responsable se afanaba en ocultar: a la persona de éxito se le relacionaba con el diablo a través de un pacto formal, de una hipoteca sobre la salvación de su alma que rubricaba como parte interesada a cambio de un inmenso poder. Por su parte, y como parte contratante, Lucifer obraba de buena fe y de acuerdo a la relación contractual, a cambio de que la persona le cediera su alma, le confería un poder sobrenatural.
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