En el momento en que Vladímir Putin iniciaba su primer mandato como presidente de Rusia, a principios de 2000, muchos analistas se lamentaban de la desaparición de la sociedad civil rusa. A finales de 2011, cuando Putin se prepara para un tercer mandato presidencial, los mismos analistas se han visto sorprendidos por el resurgimiento de protestas ciudadanas. Con una narrativa expresada en términos de éxito y fracaso, dependiente de un vocabulario normativo y conceptos analíticos estáticos, no se puede dar sentido a esa evolución. Una narrativa más coherente, como la que se trata de presentar en este artículo, debe echar mano de conceptualizaciones sobre las interacciones, en las que los ciudadanos y el Estado son vistos como mutuamente constituyentes a través de una serie de imbricaciones sociales y políticas complejas. Una narrativa así, además, no debe partir del año 2000, sino retrotraerse más allá en la historia, dilucidando la evolución en los últimos veinte años tanto del Estado soviético y postsoviético como de la propia sociedad. De esta manera, el declinar de la sociedad civil en los años noventa puede entenderse, entonces, como paralelo a la desintegración de las instituciones donde interactuaban el Estado y la sociedad, y el resurgir del activismo cívico en años recientes como correspondiente a la consolidación del autoritarismo.
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