Don Quijote, tras haber dedicado sus servicios a Dulcinea, se interna en el mundo caballeresco en busca de gloria y fama. Incluso antes de su primera aventura ya se imagina la crónica que inmortalizará sus hazañas. En la segunda parte descubre que su éxito, que se convertirá en una espada de doble filo, se lo debe al manuscrito del historiador Cide Hamete Benengeli. Ya don Quijote es conocido. El caballero andante ha sorprendido a los personajes de la primera parte por sus acciones, pero los de la segunda parte se aprovechan de los actos del loco cuerdo para convertirse ellos mismos en dramaturgos. Este trabajo mantiene la tesis de que Cervantes ha creado, con el Quijote de 1615, una alegoría del éxito en sus más variadas manifestaciones, que, como consecuencia, evalúa el oficio del escritor desde una perspectiva única. La aparición del Quijote de Avellaneda en 1614 altera y amplía este leitmotiv. A pesar del doloroso suceso del Quijote falso, el libro de Avellaneda sirve tanto para revitalizar a don Quijote como para intensificar la alegoría.
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