El tratamiento que hoy se le da tanto a la juventud propiamente dicha como a la idea de lo «juvenil», refleja la profundidad de la actual crisis cultural. Polarizada entre una idealización absoluta y un rechazo terminante, la juventud se divide en función de su inserción en el mercado de consumo, trabajo y conocimiento; para unos, la promesa del éxito social; para otros, la sobrevivencia y la exclusión. En este marco, las políticas públicas de reducción de gastos en educación, sumadas a la indiferencia respecto de experiencias educativas alternativas, no hacen sino reproducir esa suerte de limbo e infierno donde están las nuevas generaciones.
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