Existen signos alentadores de que la administración de Ronald Reagan pueda practicar una política hacia la Unión Soviética que sea más razonable que la que indica la retórica de su campaña electoral. Lamentablemente, tal realismo no se evidencia con relación a Cuba; mas bien la administración parece estar predestinada a repetir todos los errores del pasado. Su enfoque del problema cubano, tan gastado como fracasado, ha dejado un mal sabor a rancio.
Ningún gobierno norteamericano ha ideado una política efectiva hacia la Cuba de Fidel Castro. Las actitudes originales de EEUU, inspiradas en la atmósfera de hostilidad intensiva de los primeros años sesenta, han cambiado poco. En lo que a Cuba se refiere, los EEUU parecen atrapados en anacronismos. Como resultado de ello, las políticas norteamericanas han trabajado frecuentemente en contra de lo que deberían haber sido sus objetivos. La reducción de la influencia soviética, por ejemplo, debe ser un fin principal; pero las políticas estadounidenses han causado exactamente el efecto contrario.
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