La agudización de la crisis mundial en los últimos meses ha servido para subrayar la urgencia y la complejidad del incipiente gobierno global. Quizás más que cualquier otra cosa, los conflictos en el Asia occidental y en el Oriente han superado los límites de la fuerza bruta y han mostrado la incapacidad de la fuerza militar para lograr soluciones sostenibles y viables a los problemas mundiales más importantes. Se ha puesto de manifiesto que estos enfoques a largo plazo a los conflictos nos afectan a todos pero de manera diferente en diferentes latitudes geográficas, lo que ha introducido un amplio debate y un grado de consenso que puede no haber sido necesario en siglos pasados. A la luz de lo que ha ocurrido desde los albores de este siglo en adelante, podríamos replantearnos la idea de que las guerras se luchan y ganar en campos de batalla. A pesar de la escasez de pruebas que lo apoyen, la opinión de que las poblaciones se someten a la fuerza superior, silenciosamente aceptan la derrota, consienten pasiv mente los hechos militares consumados y se rinden tranquilamente al ejército invasor, cala duro en los países occidentales.
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