La experiencia de Dios es una realidad que toca la existencia humana desde su dimensión interior; allí acontece la participación divina que mueve, hace vibrar al hombre y despierta en él, no un sentimiento sino la propia vida que, al salir a la luz, activa un dinamismo en el que el yo se conjuga con el tú para crear un nosotros. Este proceso, que se da desde el inicio de la existencia humana, es construido en un contexto social; es la sociedad la que influye enormemente en la formación del ser humano, en especial, en los niños y las niñas, quienes por su inocencia, transparencia y capacidad de percibir, logran descubrir más fácilmente el verdadero rostro de Dios. Esto, gracias a que las acciones propias y de los demás son experimentadas profundamente con sentido y coherencia.
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