Aunque el nacionalismo esté intoxicado de mitemas y emociones, no se puede desdeñar la potencia de un proyecto de sentimientos compartidos, de identidad y pertenencia. En Catalunya se ha instalado con fuerza a partir del rechazo de un marco político estatal supuestamente constrictivo, que impondría una relación injusta de dominación y subordinación e impediría el desarrollo de esa comunidad. Sea esto verdadero o falso, lo cierto es que en buena medida ha calado.
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