Históricamente, el Islam ha establecido una clara distinción entre la esfera político-militar y las autoridades religiosas de los ulemas, al tiempo que se ha producido la colusión de facto entre ambas. También se ha mantenido siempre la nostalgia de un estado mítico en el que los dos tipos de poder se unieron en una sola persona, el califa. Esto ha impedido el surgimiento de un verdadero estado con estructuras definidas de gobierno y mecanismos de descentralización. Los regímenes autocráticos surgidos de procesos de independencia han roto este equilibrio tradicional al tratar de dejar de lado el componente religioso (Túnez, Egipto), o mediante la imposición de una teocracia (Arabia Saudita, Irán). Las revueltas árabes han abierto, sin duda, una nueva era en la definición de poder en el mundo islámico. Actualmente no está claro si va a conducir al establecimiento de un nuevo equilibrio o a un prolongado período de anarquía.
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