Familias desahuciadas de sus viviendas, jóvenes desempleados en el límite de las relaciones sociales, empresarios y empleados al margen del mundo económico, personas que sobreviven en los Bancos de Alimentos no sólo muestran el poder destructivo de la crisis sino también la densidad de un sufrimiento evitable. Todos ellos se siente simultáneamente expulsadas por un sistema económico injusto que les ha privado de casa, de trabajo y e porvenir; viven olvidados de la democracia, que es incapaz de garantizar los bienes básicos; y se perciben impotentes ante la magnitud de sus problemas.
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