Las voces proféticas que se alzaron para denunciar la inviabilidad socioeconómica y, en consecuencia, el pecado del consumo desenfrenado, y para llamar a la moderación, fracasaron. Esas llamadas habían advertido que la civilización del capital (I. Ellacuría), centrada en el derroche, la superficialidad y la diversión, no era viable. Simultáneamente llamaron a la conversión a otra civilización alternativa, centrada en el trabajo y la austeridad (J. Sobrino) o, en su formulación más radical, en la pobreza (Ellacuría). Monseñor Romero advirtió a la oligarquía salvadoreña que era mejor despojarse voluntariamente de lo superfluo antes que se lo arrebataran violentamente. Estas voces proféticas propusieron una civilización cuyo fundamento fuera compartir unos bienes que, por naturaleza, son comunes. Es cierto, no fueron muchas, pero se dejaron oír con fuerza. Quiizás las menospreciaron porque la confianza en el capitalismo neoliberal era total.
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