La leucemia mieloide crónica (LMC) es un trastorno mieloproliferativo, que se caracteriza por tener un curso clínico trifásico, en el cual pasa de una fase crónica benigna a una transformación de acelerada a fase blástica. Este resulta de una expansión o transformación de las células progenitoras hematopoyéticas. A escala molecular, la LMC se caracteriza por la fusión del gene bcr-abl, de la cual resulta la translocación recíproca entre los cromosomas 9 y 22: t(9;22)(q34;11), creando el cromosoma Filadelfia (Ph) y el producto del cual la p210BCR-ABL, una cinasa de tirosina, que permite a las células hematopoyéticas proliferación excesiva, resistencia a la apoptosis fisiológica y resistencia a la quimioterapia.
El pronóstico de los pacientes con LMC ha evolucionado, de acuerdo a los programas de manejo: en 1856 se manejaba con arsenicales, la radiación del bazo, empleada de 1900 a 1950, incrementó la supervivencia y la aparición del busulfan (BU) ocupó su lugar al mejorar la supervivencia de los pacientes. En los años 70s aparece la hidroxiurea (HU), siendo preferida al BU por la fibrosis pulmonar y aplasias medulares que produce este último.
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