El nuevo contexto del norte de África y el Sahel ha desvelado la paradoja argelina: el deseo de ser líder regional y su rechazo a asumir responsabilidades. La intervención francesa en Malí y el atentado en la planta de gas de In Amenas obligan a un cambio de política.
La intervención militar francesa en Malí y el trágico final del secuestro en la planta de gas argelina de In Amenas han sacado a la luz las gravísimas deficiencias en el planteamiento estratégico y en la política antiterrorista de Argelia. El país esperaba mantenerse al margen del conflicto en Malí para poder seguir centrándose en sus intereses: incrementar el gasto militar, sellar las fronteras y procurar que la amenaza terrorista quede acotada a los países vecinos. Sin embargo, su renuencia a ayudar militarmente a esos vecinos � más débiles � en su lucha contra los grupos armados le ha costado cara al país magrebí en lo que respecta a la seguridad nacional y también a su ambición por alcanzar la preeminencia regional, acentuando la desconfianza que suscita entre sus vecinos y empeorando su imagen pública. Esas reticencias, además, amenazan con marginar a Argelia en la región, en general, y en las deliberaciones internacionales sobre cómo gestionar la ubicua inestabilidad de sus fronteras, en particular.
Fueron las reticencias de Argelia a enfrentarse a Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) más allá de sus fronteras lo que ha motivado la injerencia extranjera en Malí. Cuando en enero de 2012, AQMI y sus aliados locales decidieron marchar sobre el sur, dirección Bamako, el presidente interino, Dioncounda Traoré, no tuvo más opción que pedir ayuda a la antigua metrópoli para contener el avance de los combatientes. Recurrir a Francia y no a Argelia, la potencia militar de la región, impugna la fallida estrategia argelina que busca gestionar las crisis de su zona de influencia. Es también un duro golpe contra el objetivo estratégico de ganar aceptación como potencia insoslayable en dicha zona y minimizar la interferencia occidental.
Con sus aspiracioes hegemónicas en la región, la ambiciosa estrategia de Argelia se propuso impulsar su potencial geopolítico, espantando a la vez a los competidores cercanos y limitando la intrusión de potencias externas. Sin embargo, el nuevo contexto geopolítico del norte de África y del Sahel ha desvelado la paradoja argelina: el deseo de ser nombrado y reconocido líder regional pero sin asumir las responsabilidades que ello conlleva.
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