En dos años Birmania ha puesto en marcha una veloz transición democrática impulsada desde el régimen militar. La prioridad ante las elecciones de 2015 es acordar una reforma constitucional que redefina el papel del ejército y garantice la diversidad étnica del país.
La historia de Birmania, cuyo nombre oficial es Myanmar, es dramática incluso para un país poscolonial. Colonizada por los británicos en el siglo XIX, y ocupada por los japoneses durante la Segunda Guerra mundial, la Unión de Birmania consiguió su independencia en 1948 gracias a las negociaciones emprendidas por el general Aung San, héroe nacional asesinado en julio de 1947. Tras un corto e inestable experimento democrático dirigido por U Nu, el general Ne Win tomó el poder en 1962, y desde entonces el país ha estado gobernado por dictaduras militares de las más opresivas.
Con la caída del régimen "socialista" de Ne Win en 1988 y el anuncio de elecciones libres, parecía que se veían rayos de esperanza. Pero tras la victoria aplastante en 1990 de la Liga Nacional para la Democracia (LND), liderada por Aung San Suu Kyi, hija del general Aung San, la nueva junta militar que gobernaba de manera temporal decidió hacerlo de forma permanente e ignorar el resultado de las elecciones.
La junta de Than Shwe gobernó de manera orwelliana durante dos décadas, y � excepto por China � en aislamiento casi total del mundo exterior. La corrupción rampante y la ineficiencia del régimen enriqueció a los militares, mientras que mantenía a su población en situación de pobreza. La revolución Azafrán de 2007, liderada por monjes budistas, se convirtió en la mayor manifestación política contra el régimen desde 1988. Pero los militares fueron capaces de aplastar la rebelión, y todo volvió a la "normalidad" de la represión.
Hoy, sin embargo, se cumple un año desde la celebración de elecciones libres y la toma de posesión como diputada de la Lady, como es llamada Suu Kyi por sus compatriotas. Los sorprendentes acontecimientos de los últimos dos años han dejado a todos perplejos. El país se encuentra en plena transición. La pregunta es si, como aseguran sus políticos, es irreversible.
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