Carmen Batalla Martínez, Raquel Muñoz Miralles, Raquel Ortega González
Es evidente que en las últimas décadas, y más en los últimos años, la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) y el uso masivo de las mismas por la mayoría de los ciudadanos1 han cambiado el estilo de vida de muchas personas. Los videojuegos, la telefonía móvil y sobre todo Internet, con el posterior desarrollo de chats y redes sociales, han influido en las formas de trabajar, de enseñar, de comunicarse, de divertirse... en definitiva, de relacionarse las personas entre sí. Si el impacto ha sido notable en todas las edades y en todos los ámbitos, probablemente en los adolescentes haya sido mayor. Ellos forman parte de esta generación que ha nacido ya con las tecnologías, y de la que quizá podríamos decir -con bajo riesgo de equivocarnos- que ha empezado a usarlas antes que aprender a leer y escribir2. El progreso que ha supuesto y supondrá el uso de las TIC en todos los ámbitos de la vida es indiscutible, prácticamente imparable y, sin duda, constituye uno de los mayores logros del hombre en su historia más reciente. Han desaparecido las fronteras, las distancias, es más difícil mantener las barreras (censuras) y ha aparecido "el instante", es decir, el momento en el que un acontecimiento sucede y al que todo el "mundo" tiene acceso prácticamente de forma simultánea. Y en el otro lado del progreso, ¿existe algún riesgo para los adolescentes si usan en exceso estas tecnologías? Algunos estudios sugieren que un...
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