Ha quedado demostrado en los últimos meses que ni los miembros de las casas reales, tradicionalmente inviolables hasta ahora, están a salvo de los teleobjetivos o de las modernas técnicas de fotomontaje, por lo que han visto publicados sus escarceos, devaneos amorosos, infidelidades y esparcimientos. Sorprende que no choquen ya los derechos del que opina o informa frente a los de la celebridad, sino que sean los propios periodistas los que ofenden a otros periodistas, o los políticos los que se injurian recíprocamente. Todo ello ha contribuido a avivar el eterno dilema: ¿El interés general de una noticia justifica en todo caso la invasión de la imagen del personaje? ¿La formación de la opinión pública es la patente de corso del periodista o de los paparazzi para atacar la dignidad y privacidad de la estrella? ¿Tienen los individuos célebres algún resto de personalidad protegible por los Tribunales?
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