Vivimos en una "cultura de la ausencia de Dios" en la que religión y la fe han quedado en gran medida relegadas a la esfera privada, y en la que asistimos a una verdadera "crisis de Dios" que se manifiesta en la indiferencia en cuestiones religiosas y en la increencia, como fenómeno cada vez más extendido. La exclusión de la religión de los ámbitos públicos tiene consecuencias que se dejan sentir en la convivencia y colaboración entre las personas y los pueblos. La ruptura del diálogo entre la fe y la razón comporta consecuencias negativas tanto para la razón que corre el riesgo de creerse omnipotente como para la fe que necesita de una continua purificación cuando de contrasta con la razón.
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