La interrogante encierra, a su vez, dos preguntas fundamentales ¿hasta dónde vale la pena seguir desplegando tanto esfuerzo por una comunicación más decente, pero marginal, en momentos en que esta se halla, más que nunca, amenazada de aplastamiento por las superautopistas cablo-satelitales de los grandes comunicadores? y, si decidiéramos que sí vale la pena seguir asegurando alternativas, aún modestas, ¿cuál es la meta a seguir en términos de desarrollo real? Entonces, comunicar ¿para cuál desarrollo? ¿para el desarrollo de quién?
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