El graffiti no es una voz aislada: es opinión pública, mitin poético, sarcasmo en pastillas que no destruyen la fachada de una casa sino que minan por dentro las entrañas. Su lenguaje es creativo y con una alta dosis de símbolos. Aborda el contexto social pero se permite, como un torero elegante, hacer una verónica y volverse lúdico.
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