Las emergentes universidades bajomedievales fueron sin disputa el producto de diversos intereses y proyectos culturales en confluencia, al margen de su formalización pontificia, regia o municipal. Un nuevo factor se incorpora al proceso durante la segunda mitad del siglo XIII: la empresa evangelizadora asumida por las jóvenes órdenes mendicantes, que requiere la dotación de studia linguarum como plataforma formativa para la posterior predicación a infieles. Entre los dominicos fue su promotor san Raimundo de Peñafort, lumbrera de los canonistas, mientras que a inspiración del beato Raimundo Lulio, muy próximo al franciscanismo, aunque actuando por cuenta propia, se fundan nuevas escuelas de lenguas orientales, algunas constitutivamente vinculadas a las universidades. Tras los hechos inequívocos, resta probar el hipotético concurso, a veces aducido por cierta bibliografía, de tales estudios particulares en la génesis de otros ya generales.
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