Carlos Martín Ferrera, director de la película, y José Luis Bernal, director de fotografía, estuvieron durante dos años hablando del proyecto. Carlos tenía una idea muy clara, hacer una película diferente y muy arriesgada: un año de rodaje, un sólo personaje y el 95% del film en un zulo. Al mismo tiempo, el interior del zulo debía tener vida propia, respirar con el personaje, para lo cual se recrearon tonos fríos y una luz irreal que se degradaba a medida que avanzaba la historia.
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