Al estallar la guerra civil, en julio de 1936, la situación material de la Aviación Militar española era sencillamente lamentable. Los únicos auténticos aparatos de combate de que disponía eran modelos adquiridos durante la Dictadura del general Primo de Rivera: el Nieuport Ni 52C.1, como aparato de caza, el Breguet Br.XIX, para reconocimiento y pequeño bombardeo y el hidroavión Dornier J Wal. En las fechas de su adopción, entre 1922 y 1927, eran tres modelos excelentes, pero el paso de un decenio de acelerado progreso tecnológico los había dejado irremediablemente anticuados e incapacitados para medirse con los aparatos de sus respectivas especialidades con que estaban equipándose otras naciones. Entendámonos; no se trataba en general de aviones viejos, medio inútiles, pues todavía nueve meses antes de estallar la guerra, en octubre de 1935, Construcciones Aeronáuticas estaba entregando los últimos Br. XIX de nueva construcción, mientras que la Hispano Aviación había estado produciendo el Ni 52 hasta 1934 y, tanto una como otra, habían reconstruido buen número de los aparatos más antiguos, dejándolos perfectamente operacionales, sino de modelos sobrepasados.
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