Los conflictos regionales, derivados de la crispación que generan las diferencias étnicas, religiosas y nacionalistas, son el sucedáneo de la confrontación bipolar global típica de la guerra fría. Así las cosas, el comercio de armas adquiere nuevos patrones de desenvolvimiento, haciéndose necesario --además de una mayor presencia de la ONU-- el abandono definitivo, por parte de los grandes países productores (Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Rusia, Israel, etc.), de aquella tradicional doble moral en virtud de la cual por una parte esgrimen un lenguaje antiarmamentista y, por la otra, adelantan una práctica real tanto de maridaje con los grandes fabricantes de armas, como de sostenimiento de una política económica interna que descansa sobre inmensos complejos militar-industriales1.
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