Podía ser profesora en Oxford. Podía dedicarse a escribir ensayos filosóficos sobre budismo. Podía ser ayudante en la cátedra de su marido en la universidad británica. Podía ver crecer a sus hijos, estar a su lado en los momentos claves... Podía muchas cosas y sin embargo escogió la más díficil: servir a su pueblo, a los birmanos. Se lo pidió la sangre, los genes de su padre, el hombre que hizo posible la independencia de Birmania en 1948.
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