La celebración en 1929 de la Exposición Internacional de Barcelona deparó una buena oportunidad al fascismo para desplegar su acción propagandística ante la comunidad internacional. El evento quiso utilizarse como prueba de los logros alcanzados por el fascismo durante los primeros años de su andadura y como resorte para confirmar las buenas relaciones mantenidas con la dictadura de Primo de Rivera.
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