Uno de los rasgos más novedosos de la economía mundial durante los últimos 20 años ha sido la creciente importancia de los aspectos financieros de la misma. Las transacciones financieras y los nuevos instrumentos utilizados han crecido mucho más que la producción de bienes y servicios, de manera que la inversión directa extranjera, que era la parte más importante, ha visto diluido su peso a expensas de otro tipo de inversión. La contrapartida en la economía real ha sido la aparición de los llamados desequilibrios globales, siendo el más importante de todos ellos el gran déficit por cuenta corriente de EE UU y su financiación gracias a los superávits de otros países, en especial China. Ese desequilibrio global ha podido jugar un importante papel en el desencadenamiento de la Gran Recesión. Este desarrollo ha tenido su réplica en la zona euro, en la que estos desequilibrios, que podemos denominar en este caso regionales, han alcanzado magnitudes sistémicas, como los casos de España e Italia. En este contexto, lo realmente llamativo es que aunque la inversión directa extranjera en los últimos diez años ha crecido en valor absoluto, yendo de los países desarrollados a los emergentes, tal y como indica la teoría económica, los otros componentes de la inversión han ido desde los países emergentes a los desarrollados, contradiciendo los modelos teóricos. Así como los desequilibrios regionales se están corrigiendo, los desequilibrios globales no lo hacen, por lo que la contradicción entre lo que supone la teoría económica y los datos observados se mantiene, poniendo de relieve la necesidad de seguir investigando en sus causas y procesos.
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