La amígdala está relacionada con el reconocimiento del significado afectivo del estímulo, la memoria a largo plazo, la orientación del estímulo social y la percepción de orientación de la mirada. Desempeña un papel fundamental en el reconocimiento de caras, en especial la de temor, y permite la comprensión de diversos estados emocionales, los cuales facilitarán una adecuada cognición social. Disfunciones de la amígdala se han relacionado con diversos trastornos del neurodesarrollo y con alteraciones neurocognitivas y conductuales en entidades neurogenéticas específicas. Múltiples estudios focalizados en el complejo amigdalino han permitido comprender muchos aspectos fisiopatológicos y formular nuevas hipótesis en relación con su génesis. Dado que los trastornos o entidades en que se ha evocado el papel de la amígdala son cada vez más extensos, este artículo remite a aquéllos que han despertado mayor interés en los últimos años, dividiéndolos en dos grupos: trastornos del desarrollo y conductuales (autismo, trastornos de ansiedad, trastorno bipolar, alexitimia y anorexia nerviosa), y entidades neurogenéticas específicas (síndromes del cromosoma X frágil, Rett, Prader-Willi y Williams), en las cuales se han comprobado alteraciones estructurales o disfunciones que pueden relacionarse con la sintomatología neurocognitiva y conductual de éstas. Es importante recordar que la amígdala es una estructura altamente conectada que conforma verdaderas redes funcionales, se ha asociado a diversos trastornos cuya explicación es variada e incluye diversos fenómenos fisiopatológicos, por lo que no debe simplificarse de una forma reduccionista su papel, sino también jerarquizar disfunciones de otras áreas que interactúan con ella.
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