Brasil, cinco veces ganador de la Copa del Mundo de fútbol, recibe la competición con un clima de desencanto político y de fervor azuzado por los medios de comunicación. Escenarios de acciones descontroladas y a veces violentas, los estadios �que el negocio del futbol querría pacificar� son también lugares de socialización. Algunas asociaciones de aficionados defienden su carácter popular.
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