En abril de 1925 el suicidio de una maestra desató un conflicto entre los maestros porteños y el Consejo Nacional de Educación. Según las asociaciones docentes reunidas en una Asamblea en homenaje a la fallecida, el suceso partía de conveniencias mezquinas y favores políticos que guiaban al Consejo al asignar cargos. Había llegado la hora de la acción docente, “una clase dormida despertaba” Días después, la prensa gremial publicó artículos acusando al CNE de inepto y corrupto. La respuesta fue contundente: dieciocho maestros exonerados. El decreto acusaba a un grupo minúsculo de subordinados corrompidos que emitía propaganda tendenciosa y hostil. En los meses siguientes hay un cruce de acusaciones constantes, muchos docentes son tildados de ácratas y deben defenderse aludiendo a la respetabilidad de “su clase” intentando diferenciarse del obrero con el que compartían penurias económicas pero del que diferirían en valores. En un borroso espacio social entre el proletariado y la élite, el magisterio pretendía darse una identidad de clase a partir del discurso de la moralidad. Analizaremos la confrontación como forma de comprender la posición social docente y qué nos dice ésta de la identidad de la clase media argentina en los años veinte.
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