El patrimonio, concebido en términos espaciales antes que sociales, ha pasado a constituirse en signo identitario a la vez que en escaparate o postal destinado al mercado internacional de “oportunidades”. Si hasta hace no poco tiempo los cascos antiguos eran percibidos como áreas abandonadas a su suerte, tugurizadas y peligrosas, hoy se presentan como espacios controlados, limpios, ordenados.
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