Tomada por los turistas debido a sus playas y sus safaris, la costa keniana sufre desde hace varios meses una oleada de atentados mortales. Estos crímenes, que permanecen impunes, comienzan a hacer huir a los invesores y a las agencias de viajes. El recrudecimiento de la violencia se debería al terrorismo islamista procedente de la Somalia vecina. Pero esta explicación, demasiado cómoda, oculta las fracturas políticas y sociales que desgarran al país.
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