A lo largo de la historia de la espiritualidad cristiana han surgido modos erróneos de hacer oración, que han derivado en graves desviaciones doctrinales y que han sido corregidos, en los primeros siglos, por los Padres de la Iglesia, como lo ha señalado el Magisterio de la Iglesia. Así, se menciona a la pseudognosis que consideraba a la materia como algo malo, sujeto a impureza y degradación, como una envoltura del alma en una supina ignorancia, de la cual sólo podía librarse por medio de la oración. De este modo, el alma podía elevarse a un conocimiento superior verdadero, auténtico y obtener, por tanto, la pureza. Por cierto, que no todas las personas podían acceder a dicho conocimiento sino quienes fueran plenamente espirituales, porque para los creyentes sencillos era suficiente la fe y la observancia de los mandamientos de Jesucristo. El pensamiento y la práctica de la Nueva Era representan una suerte de compendio de posturas heterodoxas y, al igual que el gnosticismo de los siglos II y III, amerita un atento discernimiento cristiano. El Beato Juan Pablo II ha alertado respecto al «[...] renacimiento de las antiguas ideas gnósticas en la forma de la llamada New Age. No debemos engañarnos pensando que ese movimiento pueda llevar a una renovación de la religión. Es solamente un nuevo modo de practicar la gnosis, es decir, esa postura del espíritu que, en nombre de un profundo conocimiento de Dios, acaba por tergiversar Su Palabra sustituyéndola por palabras que son solamente humanas. La gnosis no ha desaparecido nunca del ámbito del cristianismo, sino que ha convivido siempre con él, a veces bajo la forma de corrientes filosóficas, más a menudo con modalidades religiosas o pararreligiosas, con una decidida aunque a veces no declarada divergencia con lo que es esencialmente cristiano».
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