El día de Todos los Santos del año 1700 exhalaba su último aliento Carlos II, “deixando neste mundo –en palabras del embajador portugués D. Luís da Cunha- mais embaraços que nome”1. Su muerte, que tenía lugar cuando acababa un siglo, representaba el fin de una dinastía que ocupara el trono español a lo largo de dos centurias; una doble coincidencia que justifica ampliamente el sentimiento que albergaban sus contemporáneos de que se estaba cerrando una época.
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