Una inscripción perdida procedente de Porcuna (Jaén) dedica por testamento dos estatuas ecuestres y una pedestre de un magistrado municipal y sus padres. El contenido y el formulario de la dedicatoria permiten encuadrarla en el ámbito privado y funerario, pese al destacado papel de las estatuas ecuestres como signo público de prestigio social. El uso por las élites locales de códigos visuales propios del ambiente romano urbano se superpone en este caso a la antigua tradición ibérica, donde las prácticas funerarias de la aristocracia dirigente incluían esculturas de tema heroico.
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