Recibe en mitad de un ensayo, con los dedos envueltos en esparadrapos, porque se le exfolian las uñas: "Son los desastres de la guerra. El otro gran 'esparadrapero' ha sido Alfred Brendel". Se los quita para actuar. Es un hombre socarrón y animoso, que en Dallas, donde reside, está en su estudio a las seis de la mañana. Dice que el enseñar enseña, que él ha aprendido enseñando. Y piensa seguir haciéndolo.
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