La crisis del liberalismo español en su primera fase de ruptura (1917-1923) no puede valorarse desde el ensimismamiento. Otros países atravesaron en esa coyuntura situaciones similares; contemplaron y juzgaron también con óptica propia el caso español; se reflejaron ellos mismos en sus enfoques de lo nuestro. Lo que este artículo ofrece es la percepción que tuvieron de la crisis española y de la propia España las diplomacias, acreditadas en Madrid, de Francia y Portugal. Ambas, repúblicas, de alguna forma vinculadas por su común vecindad a la monarquía española, y por una cultura política, ejercitada en la Gran Guerra, que cataliza en amplia medida sus dictámenes �democráticos� - a menudo despechados- sobre aquella España sospechosamente neutral
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