Las últimas décadas del siglo pasado fueron bastantes agitadas para la historia de la teoría económica. En Inglaterra, centro del universo económico, la teoría clásica cumplía cien años de dominio y ya se le veían sus achaques, aunque éstos no predecían su muerte. Recibía numerosas críticas, muchas inspiradas en el clima romántico de aquellos días. Se culpaba a la economía política de ser inhumana, fría y calculadora, pero la joven ciencia hacía caso omiso de las habladurías y las tildaba de sentimentalistas y carentes de fundamento. También se criticaba su tendencia a elaborar análisis cada vez más abstractos, a imitación de las ciencias naturales y exactas, reflejada en el predominio de la teoría ricardiana, cuyo método hace énfasis en la consistencia lógica de la teoría y la separa de su contenido histórico, sociológico y moral.
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