El artículo problematiza los procesos de representación y clasificación del otro entre dos tradiciones de pensamiento: antropología y comunicación. La autora argumenta que para pensarse a sí mismas, las culturas poderosas requieren de la presencia de otro diferente y diferenciado. La diferencia es siempre situada, lo que quiere decir que adquiere sentido desde el lugar en que se establecen las fronteras de lo que significa esta diferencia. La alteridad, pues, ha sido pensada, en términos generales, como "desviación", y esa es una tendencia que hoy se intensifica. El paisaje mediático reconfigura (y descentra) el lugar para pensar al otro, pero se esfuerza en mantener la estabilidad simbólica que le otorga la certeza de un nosotros (expandido) frente a los otros (localizado), dispositivo antropológico del alma antigua.
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