El fracaso de sus políticas ha privado a los partidarios de la austeridad del argumento del buen sentido económico. De Berlín a Bruselas, los gobiernos y las instituciones financieras fundan a partir de ahora su evangelio sobre la ética: Grecia debe pagar, es una cuestión de principios. La historia muestra, sin embargo, que la moral no es el árbrito principal de los conflictos entre acreedores y deudores.
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