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Resumen de La salida indecisa de Europa de la crisis

Antoine Quero-Mussot

  • La gestión deficiente de la crisis en la zona euro ha tenido un impacto directo muy negativo en la vida de millones de europeos. Dotarse de los medios para actuar con más eficacia en el futuro es un imperativo moral. El objetivo es construir una visión común europea.

    A pesar de una acumulación de buenas noticias para la economía europea en los últimos seis meses, la opinión dominante, que reflejaba el último informe del Fondo Monetario Internacional (FMI) sobre la economía mundial, es que Europa sigue siendo el enfermo del planeta y la región que arrastra más incertidumbres. Tampoco han calado del todo las buenas noticias en la moral de consumidores y empresarios europeos, que siguen mostrándose prudentes ante una recuperacióncuyo afianzamiento no acaban de ver.

    El contexto es, sin duda, el más favorable desde que se inició la crisis: el cuadro de política monetaria y fiscal ha evolucionado en la dirección expansiva reclamada desde hace tiempo, el entorno financiero se va normalizando, los tipos de interés están en mínimos históricos, las tensiones sobre la deuda pública se han suavizado y la caída simultánea del euro y del precio del petróleo ofrece un impulso de competitividad inesperado. En un entorno tan favorable las perspectivas deberían ser netamente positivas. Sin embargo, aunque las últimas proyecciones tienden a revisar al alza las expectativas de crecimiento, no se espera de Europa un despegue firme como el que ya ha protagonizado Estados Unidos.

    El escepticismo sobre el curso de la economía europea, y en particular de la zona euro, es sintomático de los interrogantes que la crisis ha suscitado sobre la viabilidad de una unión monetaria sin los instrumentos adecuados para afrontar choques asimétricos; es decir, tensiones divergentes entre los intereses individuales de sus miembros. Aunque tardía y torpe, la determinación mostrada por Alemania y el Banco Central Europeo (BCE) de salvar el euro le ha permitido a este superar su primera crisis existencial profunda. Pero la batalla ha dejado cicatrices abiertas, como la existencia de dos bloques con intereses antagónicos, el de los países acreedores y el de los deudores, así como una evidencia preocupante: por encima del entramado de reglas que supuestamente gobiernan la zona euro está la voluntad del más fuerte, Alemania. ¿Qué pasará el día en que los intereses alemanes diverjan fuertemente de los del resto de los miembros? Menos frenos al crecimiento La austeridad presupuestaria y la rigidez monetaria, impuestas a toda la zona euro por el gobierno alemán y unas instituciones europeas alineadas con él, constituían hasta hace poco uno de los principales frenos al crecimiento en Europa. En 2010, cuando estalló la crisis de la deuda griega, la reacción de la zona euro fue abrazar una austeridad férrea que inspirara confianza a los mercados sobre la sostenibilidad de las finanzas públicas y la capacidad de devolver las deudas. Una austeridad más severa de lo necesario debido a que el mandato del BCE le impide jugar el papel estabilizador de todo banco central a través de la compra de deuda pública. Por el contrario, EE UU y Reino Unido mantuvieron una senda de corrección del déficit público menos agresiva, acompañada de una política monetaria mucho más acomodaticia


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