En general, las políticas del Estado constituyen una expresión de su naturaleza. Las políticas culturales no son una excepción en este sentido. Lo anterior se pone en evidencia, con diáfana claridad, al contrastar los casos de Costa Rica y Guatemala. En el primer caso, el predominio del consenso sobre la represión, de la hegemonía sobre la dominación, desemboca en políticas culturales en las que tiende a predominar la cooptación, el clientelismo, el mecenazgo y la concepción difusionista de la cultura. En Guatemala, por el contrario, la dominación del Estado, que desemboca por razones estructurales en una cruenta represión, tiene su corolario en una política cultural que, en su momento de más descarnada implementación, se asocia al instrumento represor por excelencia: el ejercito.
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