A lo largo de la historia de las monarquías hereditarias, la existencia de hijos ilegítimos ha sido tan persistente como incómoda. Los bastardos carecen de derecho de sucesión pero, incluso en circunstancias normales, son una fuente potencial de problemas para los herederos legítimos al trono. Y si las circunstancias son desfavorables para el normal desarrollo del orden sucesorio, la figura del bastardo, al fin y al cabo un pariente en primer grado del monarca, puede convertirse en algo más que un engorro.
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